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domingo, 6 de octubre de 2024

El Triunfo de las Patrias Chicas

«El 98 fue una crisis panhispánica que afectó y afecta a las naciones que surgieron tras el estallido de la Monarquía hispánica, a un lado y otro del Atlántico»

Homenaje a Manuel Baldomero Ugarte


La expresión Patria Grande para referirse a la gran nación que debió surgir en la América hispana, pero no lo hizo, comenzó ser utilizada por el rioplatense José Gervasio Artigas (1764-1850). En Uruguay se le rinde homenaje como héroe nacional, a pesar de que él nunca consideró la banda oriental como un país independiente. Recordemos que el nombre completo del nuevo país surgido del proyecto fallido de las provincias unidas era Estado Oriental del Uruguay. Sin embargo, quien realmente popularizó el sintagma Patria Grande fue el argentino Manuel Baldomero Ugarte (1875-1951) con un libro que se llama así, La patria grande. Socialista, poeta modernista y diplomático, Ugarte es uno de los intelectuales hispanoamericanos que reacciona vigorosamente ante la guerra entre España y Estados Unidos y sus nada imprevisibles consecuencias para la América hispana o Latinoamérica, que también puede así nombrarse, buscando una vaguedad geográfica imposible o como Iberoamérica, aunque no se agota ahí el tremedal de nombres con que esta parte del mundo muestra su dolorida relación consigo misma. Lo trataremos en el segundo artículo.

Lo que llama la atención aquí, sin embargo, no es esta reacción tardía y ya inútil sino la miopía de una clase intelectual que no vio, medio siglo atrás, ante la inmensa derrota mexicana en 1848, lo que se venía encima como consecuencia del triunfo de las patrias chicas. El haber convertido la historia común en un revoltijo de piezas dispersas impide comprender que la derrota de España en 1898 es la consecuencia inmediata de la derrota mexicana en 1845. El triunfo de los AMLOs y Sheinbaum ha sido completo y perfecto, y así vamos, de derrota en derrota.

Hay que colocarse mentalmente en ese momento que aquí, en lo que queda de España, llamamos la crisis del 98, una crisis que relacionamos erróneamente con la Generación del 98, etiquetada con el mismo año y acontecimiento histórico, aunque aquella guerra no interesó ni poco ni mucho ni nada a estos autores. Es la puesta de largo del «tema de España», al menos oficialmente, pero como señala Pedro Pascual Martínez en un artículo magnífico que lleva por título La inexistente crisis institucional y finisecular del 98 en España, tras reunir cientos de fichas bibliográficas sobre publicaciones que trataban de aquella guerra, resulta que «ni una de ellas lleva la firma de los componentes de la Generación del 98». Dicho en otros términos, la secuencia «crisis del 98-Generación del 98-tema de España» es completamente equivocada y artificial. No obstante, así aparecía en los libros de texto del franquismo y luego en los tiempos optimistas de Mecano, que son los de mi mocedad, y me temo que sigue apareciendo.

Esta ceguera, este espíritu de campanario, este catetismo como política de Estado es alimentado por los sucesivos AMLOs que con distintos disfraces nos han gobernado con ínfulas de conductores de pueblos, de Castro a Pinochet. Ahora ocupa el puesto Sheinbaum. Estos salvapatrias son el resultado de haber intentado remendar un Estado con graves defectos de construcción con caudillos libertadores y redentoristas. Allí y aquí. En España también los hemos tenido y los tenemos, porque nunca ha pasado nada allí que no pase aquí y viceversa. Lo grave en México ahora mismo no es la última ocurrencia de esta señora sino la erosión que sus instituciones democráticas están sufriendo, como lo están haciendo las nuestras, en un juego de espejos que quizás solo el realismo mágico pueda explicar.

Desde el primer momento, ante el fracaso colosal que supusieron los procesos de independencia, hubo que transformar en santos libertadores a quienes provocaron no solamente la balcanización de la América hispana sino su endeudamiento a perpetuidad. Nadie piense que aquí se está afirmando que el problema surgió de haberse independizado los americanos y que si no lo hubieran hecho todo hubiera sido vivir en Jauja. No, esto no es tan sencillo. Los americanos hicieron muy requetebién en independizarse porque lo que había en España iba mucho más allá del delirio, por usar las palabras de Granés.

Aquí hubo un rey que vendió sus reinos europeos y americanos por 500 millones de reales a un invasor extranjero y que luego fue repuesto en el trono tras la derrota del enemigo en una guerra tan inconcebible y desigual que tuvo que inventar las guerrillas, a falta de clase dirigente que asumiera sus funciones. Porque Fernando VII no estaba solo en el mundo sino rodeado de muchos que no eran precisamente los más pobres del país. Los ingleses fueron a la guerra contra el francés tras sus élites que mandaban y dirigían la lucha; los españoles, no. Luego hubo que tragarse a Fernando VII, que ya es tragar, y a una clase dirigente que primero se puso al servicio de los franceses y después regresó para ocupar los mismos puestos destacados que habían tenido, posición desde la que destrozaron un proyecto constitucional tras otros con la ayuda de los franceses y encima se dedicaron a convertir el afrancesamiento en marchamo de modernidad. Hay todavía algún indocumentado que repite este mantra, como si no hubieran existido los Cien Mil Hijos de San Luis. Por lo tanto, el delirio estaba aquí y sigue estando. Si los españoles hubieran podido en aquel tiempo independizarse de sí mismos lo hubieran hecho. Como ahora.

El asunto no es que los americanos se independizaran sino que se balcanizaron y todavía hoy no saben el motivo. Ya se encargan los Sheinbaum de turno de distraer a la parroquia para que no se pregunten por las causas profundas que llevaron a esta anomalía. Porque es una anomalía y como tal la han visto desde Ugarte a Rubén Darío pasando por Trotsky, a pesar de que la tendencia centrífuga ha permanecido invencible durante dos siglos. Este es el toro que hay que lidiar. A ver si se puede con gobernantes a lo AMLO al frente de país más grande que habla español.

Para tapar la corrupción delirante, la incapacidad política y otros adornos que podrían mentarse hubo que transformar la leyenda negra en política de Estado de las nuevas repúblicas, pues solo así pudo su clase dirigente ocultar su ineficacia y vamos a usar solo la palabra ineficacia por benevolencia. AMLO lo ha hecho a manos llenas en México, hasta niveles delirantes. Todos los territorios americanos se separan de sus matrices europeas y todos permanecen unidos. Y no solo permanecen unidos sino que aumentan su extensión: Brasil, Estados Unidos y Canadá. Sólo los que habían sido parte de la Monarquía hispana se fragmentan y de qué modo. Y no solo se fragmentan sino que pierden miles de kilómetros cuadrados. El caso más escandaloso es el de México (¿casualidad?), que se deja más de la mitad del territorio en el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. También es notable el crecimiento de Brasil a expensas de sus vecinos.

¿De quién liberan los libertadores? ¿Y a quién someten? ¿El culto oculta algo?

Hasta que no esté en los libros de texto y se enseñe a la población alfabetizada cómo se pasa de una unidad territorial preexistente y el superávit a la balcanización extrema (dos decenas de repúblicas) y el endeudamiento perpetuo, todos los teóricos de la Patria Grande trabajan en el vacío y por mucho idealista voluntarioso que surja desde la Tierra de Fuego al Río Grande, no hay nada que hacer. O se levantan las alfombras y se abren las habitaciones cerradas a cal y canto, aquí y allí, o no hay más futuro que el tercermundismo, la debilidad política, la insignificancia internacional y al cantonalismo delirante. Ustedes mismos.

Fuente: The Objetive

Autor: Elvira Roca Barea

sábado, 9 de marzo de 2024

La Identidad Hispana y sus Enemigos

Un proyecto de semejante envergadura, dispuesto a reformular el orden mundial, naturalmente contará con múltiples y variados enemigos. Piñar supo identificar los principales. En primer lugar, dedicó varias conferencias y escritos a la disyuntiva que suponía para España escoger entre Europa e Hispanoamérica. Consideraba que la misión que le correspondía a nuestro país era ejercer de puente entre ambas, teniendo siempre clara su lealtad última más allá de la geografía, pues «no es una nación como el resto de las naciones europeas. Plantados en el continente, nuestras ramas se extienden por Europa, pero la vocación de trasplante nos sitúa en Hispanoamérica».


Respecto al término mismo para definir tal comunidad, Piñar usaba ocasionalmente el de Iberoamérica, pues entendía que Portugal y Brasil también debían formar parte de esta unidad, aunque mostraba preferencia por Hispanoamérica (a menudo añadiendo también Filipinas). Lo que nunca toleró en su presencia fue el de Latinoamérica, que atribuía a una «actitud de desidia aculturizante», y se aprestaba a corregir amablemente a todo aquel que lo usara, como en cierta ocasión cuando estaba comiendo con el compositor argentino José Rodríguez Fauré y al oírselo le reprendió con afecto «América Latina no, porque al principio os decían latinos para despreciaros y después, cuando han visto que los pueblos de la estirpe hispana surgen a la vida con nervio político y son, más que promesa, pujante realidad, os llaman la América Latina para robar a España, otros pueblos que nada hicieron por América, lo que allí España vertió sin reservas, a raudales, con generoso corazón». Parece ser que el compositor se comprometió ante él a no volver a usar ese término.

En esa línea semántica y simbólica también consideraba que la Hispanidad requería una bandera, una festividad y un himno. La primera ya existe bajo el nombre de Bandera de la Raza: en 1932 ganó un concurso continental organizado por la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou y su fondo blanco simboliza la paz, las 3 cruces son los barcos de Colón, mientras que el sol es un símbolo que alude a la cultura inca. La festividad, el 12 de octubre, ha logrado una mayor repercusión como sabemos y respecto al himno pendiente, el propio Piñar se atrevió a sugerir dos estrofas:

¡Arriba los pueblos hispánicos del mundo!
Por la Fe, por la Patria y el Pan
Luchemos unidos dispuestos
A morir o triunfar, a morir o triunfar
¡Arriba los pueblos hispánicos del mundo!
La consigna de hoy: unidad
Las banderas en alto enlazadas
Por la Fe, por la Patria y el Pan


En relación a la literatura, empedernido lector de vastas referencias, no tenía dudas de que el poeta de la Hispanidad no podía ser otro que aquel cuyos versos iniciaban este artículo, Rubén Darío: «porque amó, como si fueran propios, a cada uno de los pueblos hispánicos, porque abominó y fustigó las luchas internas y fratricidas, porque dio y repitió su grito de alertad frente a la intervención y al aumento del poder económico y político de los Estados Unidos y porque invitó con sus versos mágicos a la fe y la esperanza en los valores de la estirpe».

Si nos vamos a otras cuestiones culturales, Piñar mostraba con frecuencia preocupación por la pujanza del inglés a costa del español y el ya por entonces excesivo uso de anglicismos (si hoy levantara la cabeza...), siendo particularmente sangrante a sus ojos el proceso de ingeniería social llevado en Filipinas para erradicar el español una vez pasó a ser colonia estadounidense. También en aquel país tuvo lugar una imposición del protestantismo, elemento vital para nuestro protagonista —recordemos que «la cruz y la bandera» moldeaban su ideario— pues descatolizar Hispanoamérica era anular su identidad misma, y esa amenaza provenía, en su opinión, tanto del protestantismo como de la teología de la liberación. También consideraba hostil el indigenismo, por su velado interés en erradicar la huella española y frente a cuya narrativa de agravios históricos enarbolaba «ese monumento de las Leyes de Indias».

La educación fue un ámbito al que Blas Piñar, con buen criterio, otorgó un valor crucial. De entre el gran número de actividades culturales, académicas, diplomáticas y económicas que desplegó el Instituto de Cultura Hispánica quizá la de mayor impacto fue el intercambio de profesores entre países y la concesión de becas a estudiantes americanos para acceder a la universidad en España (¿Por qué no retomarla hoy día?), siendo el Colegio Mayor Guadalupe epicentro e institución por la que desarrolló un particular cariño. Este Erasmus hispano, a su entender, forjaría recuerdos, amistades y una comprensión mutua que a medio y largo plazo serían los cimientos sobre los que construir cualquier cooperación internacional posterior.

Hemos hablado de cultura y educación, pasemos a la economía, donde nuestro autor tenía también algo que decir. Entendía que las independencias americanas rompieron el sistema de intercambio existente hasta entonces y ese vacío fue inmediatamente ocupado por otras potencias, de tal manera que el colonialismo del que buscaban huir se perpetuaba bajo otra máscara, cayendo así en: «una red fortísima de intereses financieros y comerciales que, enredándoles en su madeja, los ha convertido en servidores de una economía extraña». Frente a todo ello, Piñar defendía la industrialización de las economías iberoamericanas, un mercado común de todas estas y una diversificación productiva que dejara atrás el monocultivo y la dependencia de un solo cliente como era el gigante norteamericano, que termina imponiendo las condiciones. Alertaba, además, de que un legítimo anhelo de independencia frente a ese neocolonialismo podía llevar a algunos países a que, por alejarse de Estados Unidos, acaban cayendo en la órbita soviética y, en sentido contrario, denunciaba que en ocasiones bajo la coartada de la lucha contra el comunismo lo que hacía Estados Unidos era favorecer sus propios intereses en la región.

Todas estas observaciones críticas las realizaba en un momento en el que el régimen franquista había logrado salir de su aislamiento internacional mediante su alianza con la superpotencia norteamericana en el contexto de la Guerra Fría, así que nuestro protagonista estaba bailando en un campo minado. Era perfectamente consciente de ello, pues era el coraje y la convicción en sus ideas lo que le movía, no la inconsciencia, así que el escándalo que provocó su artículo titulado Hipócritas, en ABC el 19 de enero de 1962 (léanlo aquí, que no tiene desperdicio), no le pilló por sorpresa. Sus duros ataques a Estados Unidos en ese texto terminaron provocando su dimisión, entre grandes muestras de apoyo personales tanto dentro como fuera de España (el General Perón se posicionó en su favor, entre otros) y una campaña de difamación en prensa que incluyó alusiones a una supuesta relación de Piñar con Ava Gardner.

De esa forma tan abrupta abandonó el cargo de director del Instituto de Cultura Hispánica, tras cinco años de incesante actividad creando un movimiento cultural y político en defensa de la Hispanidad admirable en muchos aspectos y que merece la pena tomar como ejemplo, al margen de que en otros aspectos se pueda discrepar del ideario político de Blas Piñar. La institución, por cierto, terminado el franquismo pasó a llamarse primero Instituto de Cooperación Iberoamericana y ya desde 1988 se disuelve en la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, abandonando así cualquier alusión a lo hispano. En aquella disyuntiva mencionada entre Hispanoamérica y Europa ahora tocaba virar hacia la segunda...


Autor: Javier Bilbao Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Fuente: Ideas

Hispanidad de Blas Piñar

Uno de los especímenes más característicos del régimen vigente en España estas últimas décadas es aquella figura pública —principalmente político o periodista— que, a la manera de quien se asoma a la ventana cada mañana para decidir qué ropa ponerse, echa un vistazo al entorno para ver quién manda o qué opinión es mayoritaria y entonces decide qué convicciones defender. Ahí tenemos por ejemplo a aquel falangista que lloró la muerte de Franco desde las páginas de Arriba, luego le escribió a Suárez el discurso «Puedo prometer y prometo» y más adelante encontró siempre ocasión de reconocer los incuestionables méritos de cada sucesivo ocupante de La Moncloa. Lo último que recuerda servidor de él es un discurso en la radio ardientemente feminista, doctrina que no parecía preocuparle décadas antes, pero ahora sí. Hace poco se retiró, sumando múltiples premios de reconocimiento a su trayectoria periodística y dejando a dos hijas bien colocadas en los medios. Puro R-78.



En tal contexto de hombres carentes de columna vertebral, esponjosos, suavitos, vacíos por dentro, que miran a la cámara sosteniendo con aplomo lo que toque decir ese día y que probablemente será opuesto a lo de ayer o a lo de mañana, una figura con tantas aristas como la de Blas Piñar resulta incomprensible para muchos, ¡con todo lo español que era, aún les parecerá un extraterrestre! Fue alguien de marcadísima personalidad que defendió a lo largo de toda su vida con vehemencia, constancia y una brillantez oratoria portentosa unas convicciones que podríamos resumir, usando sus palabras, en dos fundamentales: la cruz y la bandera. El catolicismo y el patriotismo español. Enarboló en público lo que pensaba, aunque eso le costase el escarnio y la destitución durante el franquismo —como luego veremos— y con la misma firmeza en los años posteriores votó con presciente lucidez y en solitario contra los Estatutos de Autonomía en su paso por el Congreso; igualmente, criticó la naciente Constitución en su fundamento antinacional que entonces nadie quiso ver, así como ciertos aspectos de la modernidad (cuando aún no existía la palabra «woke»). En todo ello el tiempo ha terminado por darle la razón.

Pero tiene aristas, decíamos, pues un mismo atributo puede ser una virtud o un defecto según la situación. No negaremos que a veces escuchando o leyéndole ciertos discursos nos resulte obstinado e intransigente hasta parecer antipático. La vida también consiste en adaptarse a los demás, aprender y examinar críticamente el propio comportamiento e ideas... Su visión de la Guerra Civil, por ejemplo, como una cruzada rebosante de épica y heroísmo, cuando el enemigo allí no dejaron de ser otros españoles, la mitad de la nación, no es lo que uno esperaría desde una perspectiva realmente patriótica (ahora es la izquierda la que fantasea con aquel cruel enfrentamiento fratricida, aspirando a ganarlo retroactivamente). Aunque lo juzgaríamos un tanto a la ligera si ignorásemos su biografía, puesto que su padre, militar, fue parte de los resistentes dentro del Alcázar de Toledo, mientras que a él la guerra lo sorprendió en Madrid estudiando derecho y, tras refugiarse en varias embajadas, vivió en la clandestinidad hasta el final del conflicto. Esa experiencia cinceló en su alma un anticomunismo diamantino, aunque no por ello se volvió liberal.

Pocos años después a Blas Piñar le ofrecieron un cargo diplomático en Filipinas, pero él prefirió continuar su carrera de notario con el fin de ganar una mayor preparación antes de volcarse en la política. Mientras tanto, en 1946 se celebró en San Lorenzo de El Escorial un congreso de países hispanoamericanos llamado Pax Romana, en el cual se decidió crear una institución pública que fomentase los vínculos culturales entre los diferentes países hispanos y fue a la dirección de la misma a la que, ya en 1957, accedió nuestro protagonista.

El Instituto de Cultura Hispánica
Más allá de las innumerables polémicas en las que estuvo envuelto en su casi centenaria vida, de los aciertos o errores de su activismo político que hemos esbozado previamente, fueron los cinco años que estuvo al frente de esta institución los más fructíferos, aquellos que ahora quisiéramos resaltar por el ejemplo que suponen para el presente y futuro y, aún diríamos, los que también él mismo consideró más importantes de su trayectoria, pues gracias a ellos según dijo «tuve el raro privilegio de hacerme español del todo, al ganar la dimensión americana y filipina». A este periodo dedicó el completísimo libro Blas Piñar y la Hispanidad la profesora de la Universidad Complutense Margarita Cantera Montenegro, que tomaremos como referencia en las próximas líneas. Capitaneando el Instituto de Cultura Hispánica nuestro protagonista fue desarrollando toda una cosmovisión acerca de la Hispanidad, descrita a menudo en términos poéticos, pero muy consciente al mismo tiempo de la realidad y los obstáculos a los que se enfrentaba. Su planteamiento de esta partía de tres premisas que se deducen cada una de la anterior.

En primer lugar, la Hispanidad no debe entenderse como nostalgia imperial. Aunque debemos estar orgullosos de nuestra historia, decía, el Imperio fue solo «una fórmula política, un expediente pasajero, contingente, susceptible de mudanza y de cambio». La independencia política de las naciones que la conforman no debe entenderse como una traición o deslealtad, más bien al contrario, como explica en su discurso Mística y política de la Hispanidad: «Creímos que las Provincias emancipadas hacían, con el gesto independiente, una manifestación tajante, definitiva y pública de repudio a la España materna y progenitora que, cubierta de luto, lloraba la incomprensión de sus hijas, cuando la realidad era que la España de comienzos del XIX era la hija mayor que había desfigurado su rostro, la "vieja y tahúr, zaragatera y triste", que dibujara Antonio Machado y que repelía a la más noble juventud de América. Las provincias españolas de América y de Asia, Hispanoamérica y Filipinas, repudiaron a esa España en metamorfosis que se había traicionado a sí misma, pero no repudiaron a la Hispanidad. Más aún, por ser fieles a la Hispanidad, por entender que la España de su tiempo no respondía a las exigencias ideológicas del mayorazgo, se hicieron independientes y soberanas». En consonancia con lo anterior, Piñar sostenía que de la misma manera que cada americano debe reaccionar con orgullo al estudiar la figura de los conquistadores, los españoles debían percibir como héroes propios a cada uno de los emancipadores. Él mismo dedicó múltiples discursos a glosar la figura de Simón Bolivar, «criollo ilustre, español de temperamento y porte», así como acudió a la inauguración en 1960 de una exposición sobre su figura en Bilbao (ciudad en la que el libertador vivió una temporada y donde llegó a casarse con una lugareña).

En segundo lugar, como expuso en otra ocasión, «España es uno más entre los pueblos hispánicos, en pie de igualdad con ellos, sin ningún asomo de hegemonía, paternalismo o dirección». España es la madre común de los países hispanos, creó la Hispanidad («ese fue su secreto y su orgullo») pero no es la Hispanidad, siguiendo una hermosa metáfora que tomó de un poeta uruguayo: «es como una llama que, encendida en el leño ancestral de los olmos, los robles y las encinas de la Península, prende y a la vez se nutre, vigoriza y alimenta con las maderas y los troncos de vuestros montes y vuestras cordilleras vírgenes». Un imperio que se fundó sobre el principio establecido por Isabel la Católica de que los americanos eran vasallos semejantes a los de la península y que replicó sus instituciones, trasplantando su cultura y valores al nuevo mundo, donde buscó almas que evangelizar antes que recursos que expoliar (la Corona cobraba el Quinto Real, dejando el 80% restante a los virreinatos), no tendría sentido que sirviera de matriz para un proyecto político eurocéntrico de subordinación y dominio neocolonial. En línea con lo anterior, también consideraba que «no podemos desunirnos porque simpaticemos o antipaticemos con el régimen político interno de cada país». Propósito que sigue teniendo plena vigencia hoy día, si lo aplicamos particularmente al signo político de cada gobierno y cada presidente.

En tercer lugar, como consecuencia de los anteriores, la Hispanidad es ante todo una tarea pendiente, un proyecto para el futuro, citando a su admirado Maeztu es una flecha caída a mitad del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco, o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que sepan continuarla, «es más que recuerdo, empresa; más que sentimiento, voluntad de fundación (…) hecha de cielo y barro, de estrella y surco». Según la descripción de su propósito hecha por la mencionada Margarita Cantera «su obsesión por lograr la articulación plena de la comunidad de pueblos hispánicos respondía a la conciencia de que cada una de nuestras naciones aislada apenas puede aspirar a hacerse respetar en el panorama mundial, y especialmente frente a las más poderosas que marcan las pautas de la política internacional. Pero si realmente se articulase la comunidad, la Hispanidad conseguiría la fuerza de una gran y poderosa familia por el número de habitantes que la forman y sus posibilidades económicas, muchas de ellas apenas desarrolladas y tendría una fuerte presencia en el orden mundial». La geopolítica como razón última.


Autor: Javier Bilbao Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Fuente: Ideas

domingo, 13 de diciembre de 2015

Emociones Negativas

El término “emociones negativas” comprende a todas las emociones de violencia o depresión: autocompasión, ira, sospecha, miedo, enfado, aburrimiento, desconfianza, celos, etc. De ordinario se acepta esta expresión de emociones negativas como algo completamente natural o incluso necesaria. Muy a menudo recibe el nombre de “sinceridad”. Por supuesto, nada tiene que ver con la sinceridad; es solo un síntoma de debilidad de la persona, un signo de mal carácter y una incapacidad para guardar para uno mismo las propias penas. Tomamos conciencia de ello cuando tratamos de oponernos a esta tendencia, y de esto aprendemos otra lección. Nos damos cuenta de que en relación con las manifestaciones mecánicas no es suficiente observarlas, es necesario resistirlas, porque sin resistirlas no podemos observarlas. Suceden tan rápido, tan imperceptiblemente, que no podemos percibirlas a menos que hagamos suficientes esfuerzos para crearles obstáculos.

Las emociones negativas constituyen un terrible fenómeno. Ocupan un enorme lugar en nuestra vida. Se puede decir de mucha gente que todas sus vidas están reguladas y controladas, y en última instancia son arruinadas por las emociones negativas. No ayudan a nuestra orientación, no nos dan ningún conocimiento, no nos guían de modo sensato. Por el contrario, echan a perder todos nuestros placeres, hacen que la vida nos sea un peso difícil de llevar y muy eficazmente impiden nuestro posible desarrollo, porque no hay nada más mecánico en nuestras vidas que las emociones negativas.

Las emociones negativas escapan siempre a nuestro control. Aquellos que piensan que pueden controlar sus emociones negativas y manifestarlas a voluntad simplemente se engañan a sí mismos. Las emociones negativas están basadas en una identificación; si la identificación se destruye en un caso particular, las emociones negativas desaparecen. El hecho más extraño y fantástico sobre las emociones negativas es que, de hecho, son reverenciadas por todos. Lo que más le cuesta admitir a la persona mecánica corriente es que las emociones negativas propias y ajenas no tienen ningún valor y no contienen nada noble, ni bello, ni fuerte. En realidad, las emociones negativas no contienen sino debilidad, y a menudo son el principio de la histeria, de la locura o del crimen. Lo único bueno que se puede decir de ellas útiles y creadas artificialmente por la imaginación y las identificaciones, pueden ser destruidas sin que eso suponga ninguna pérdida, y ésta es la única oportunidad de escape que la persona tiene.

En realidad, tenemos mucho más poder sobre las emociones negativas de lo que pensamos, particularmente cuando nos hemos convencido de lo peligrosas que son y de lo urgente que resulta el luchar contra ellas. Pero encontramos demasiadas excusas contra ellas y nadamos en los mares de la autocompasión o del egoísmo, encontrando fallos en todo excepto en nosotros mismos.