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miércoles, 16 de octubre de 2024
Operaciones de Dispersión de Estelas Persistentes a Baja y Media Cota
Los encargados de la configuración rápida, son los Técnicos en Dispersión Aérea de Materiales del «910th Aircraft Maintenance Squadron».
En la siguiente foto, se puede observar el equipo compacto para Dispersión Aérea, sobre bancada estándar de contenedor militar.
Subida la bancada con el equipo y conectada en la bodega de carga, solo falta la instalación de los dispersores, la conexión de las válvulas y la carga de Aerosoles.
En la siguiente foto, observamos la conversión rápida del modelo C-130 para Operaciones ´de Dispersión de Estelas Persistentes.
Una vez que han sido instalados y propiamente fijados, comienza la conexión hidráulica con los depósitos de Aerosoles.
Cuando el sistema está conectado y cargado de fluidos, comienza la inspección de las válvulas de recirculación e inspecciones y chequeos pre-vuelo.
Una vez que todo esta inspeccionado por triplicado, puede dar comienzo la Operación Climática de Dispersión de Estelas Persistentes.
Por desgracia para todos los Seres Vivos, este tipo de Operaciones hace tiempo que no respetan las zonas pobladas, como muestra la siguiente foto.
Desde el Observatorio de Geoingeniería, rechazamos este tipo de actividades, así como a los Políticos que las permiten (ignorantes o no), con la complicidad de los Medios de Comunicación y Servicios Meteorológicos.
La implementación de estas Operaciones Ilegales, resultan un atentado para el desarrollo de la vida, contaminan los suelos y aguas de forma duradera sin ningún amparo legal.
Fuente: Observatorio de Geoingeniería en España
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sábado, 12 de octubre de 2024
La Danza de la Democracia con el Despotismo Digital
Cómo la tentación tecnocrática
convierte las soluciones de silicio
en control social
Estos movimientos, que se alimentan del miedo y la división, ponen de relieve no sólo una grieta sino un abismo en la confianza pública, una brecha tan amplia que plantea la pregunta: ¿se trata de un caos orquestado o es simplemente un torpe tropiezo hacia una nueva oligarquía vestida de tecnócrata?
Piensen en esto: mientras la democracia se tambalea, sin poder encontrar relevancia, ¿no estamos presenciando el escenario que se está preparando para una toma de poder tecnocrática? Imaginen un futuro en el que su "voto" tenga el mismo impacto que un "me gusta" en el último tuit de un ejecutivo corporativo sobre políticas.
Aquí, los titanes de la industria y los políticos experimentados se fusionan en una bestia híbrida que promete eficiencia, pero ¿a costa de qué? De su voz, de su elección, de su democracia.
La tecnocracia, disfrazada de pericia y eficiencia, promete resolver problemas con la precisión de un cirujano. Pero no seamos ingenuos: no se trata de resolver problemas, sino de controlarlos.
Cuando Estados Unidos coqueteó con la idea a través de su Iniciativa de Empleos en la Industria Manufacturera, no se trataba sólo de obtener información; era una prueba de un modelo de gobernanza en el que las decisiones se toman en las salas de juntas, no en las urnas. En este caso, el "método científico" se convierte en un pretexto para la autocracia, en la que las decisiones son tan estériles y carentes de toque humano como un algoritmo.
El ethos tecnocrático presupone que quienes están en la cima, esos supuestos expertos, actuarán en beneficio del público, pero la historia se burla de esa idea. Tomemos como ejemplo el Partido Comunista Chino, un ejemplo perfecto de gobierno tecnocrático. ¿Eficiencia? Sin duda, pero ¿a qué precio? La libertad, el disenso y la individualidad quedan aplastados bajo el disfraz de la unidad y el progreso. Aquí es donde entra en juego el cinismo: si la eficiencia es la medida del éxito, entonces tal vez todos deberíamos aspirar a ser tan "exitosos" como los zánganos en una colmena.
Y luego está Singapur, a menudo presentado como el ejemplo perfecto de la tecnocracia. Sí, es limpio, es rico, es avanzado. Pero si se le quitan las capas, ¿qué se encuentra? Una sociedad donde la riqueza del debate público es suplantada por la esterilidad del consenso impuesto. Aquí, el gobierno actúa más como una entidad corporativa, donde la opinión pública es una mera formalidad, no una base.
Aquí estamos, a la sombra de los ecos de la Gran Depresión, donde la idea de la tecnocracia encontró por primera vez un terreno fértil. Si avanzamos rápidamente hasta hoy, no sólo estamos coqueteando con la tecnocracia; estamos a punto de casarnos con ella, impulsados por la misma desilusión con la ineptitud política. Pero no seamos románticos con esta unión.
El atractivo histórico de la tecnocracia, esa idea de reemplazar a los políticos torpes por la eficiencia impecable de los científicos e ingenieros, siempre vuelve como un mal hábito en tiempos de crisis. Pero piénsenlo: ¿estamos considerando realmente entregar las riendas del poder a los Zuckerberg y Musk del mundo porque nuestros líderes actuales no pueden aprobar leyes sin convertirlas en un circo?
Analicemos esto con ojo crítico. Los Koch y los Zuckerberg de nuestra era, a través de sus opacas sociedades de responsabilidad limitada y sus fondos ilimitados, no sólo susurran en los oídos de los políticos; prácticamente están escribiendo el guión. No se trata de una mera influencia; es un golpe suave de la élite tecnocrática, que pasa por alto el proceso democrático bajo el pretexto de la "eficiencia" y la "resolución de problemas".
Ahora bien, consideremos las implicaciones: cuando recurrimos al sector privado, a estos titanes de la industria, para que nos den la gobernanza, ¿qué estamos pidiendo realmente? Eficiencia, sí, pero ¿a qué precio? La democracia prospera gracias al debate, la diversidad y, a veces, un delicioso caos. La tecnocracia, en cambio, opera con algoritmos y resultados.
Cuando Elon Musk propone una solución, es brillante, es elegante, pero la política no se trata sólo de soluciones; se trata de consenso, de navegar por el desorden humano que ninguna IA o algoritmo puede comprender o gestionar por completo.
Aquí es donde la teoría económica contraataca: en una tecnocracia, las decisiones son económicas, no políticas. Tienen que ver con optimizar los recursos, no con optimizar el bienestar humano. Cuando los líderes de la industria asumen el control, sus soluciones pueden verse muy bien en un estado de resultados, pero podrían ignorar las necesidades matizadas de una población diversa.
Y pongamos un poco de cinismo en esto: estos tecnócratas, con sus imperios tecnológicos e iniciativas multimillonarias, no sólo están jugando a hacer políticas; están creando un mundo en el que su dominio económico se traduzca en poder político. ¿Estamos preparados para vivir en una sociedad en la que las decisiones de unos pocos en las juntas directivas dicten la vida cotidiana de la mayoría?
La tecnocracia es una bestia fundamentalmente diferente, que muy bien podría devorar los principios de representación y escupir un modelo de gobierno corporativo simplificado, pero sin alma. ¿Estamos preparados para hacer ese trato o deberíamos luchar para corregir las fallas democráticas que hacen que la tecnocracia parezca una ruta de escape atractiva?
El escepticismo hacia la tecnocracia no se trata sólo de temer al cambio, sino de reconocer patrones que podrían conducir a una consolidación de poder sin precedentes.
La idea de que la tecnocracia podría eliminar la propiedad privada bajo el pretexto de la eficiencia o la gestión económica no es sólo un temor teórico; tiene sus raíces en ejemplos históricos en los que el control central sobre los recursos económicos condujo a una reducción significativa de las libertades individuales.
La Comisión Trilateral, con su enfoque en la integración de políticas entre continentes, de hecho presenta una fachada de mejora de la gobernanza democrática, pero su enfoque de "gestionar" la democracia al sugerir una reducción de sus excesos puede ser visto como un movimiento hacia un control más autocrático.
Profundicemos en las implicaciones de este cambio tecnocrático:
• Control económico: si los tecnócratas deciden la distribución de los recursos, ¿qué sucede con el espíritu emprendedor, la innovación o incluso la ambición personal? La noción de renta básica universal, si bien en la superficie brinda seguridad, también podría verse como una herramienta de control. Cuando el sistema satisface tus necesidades básicas, ¿con qué libertad puedes oponerte a él?
• Vigilancia y datos: el escenario en el que empresas como Google o Amazon se convierten en parte integral de la vida cotidiana no se trata solo de conveniencia; se trata de vigilancia. Los datos que recopilan podrían, en teoría, usarse para predecir, influir y controlar el comportamiento. Aquí, la tecnocracia no solo gobierna; monitorea, predice y potencialmente manipula.
• Títeres políticos: La idea de que los políticos podrían ser ya "idiotas útiles" en un sistema tecnocrático donde las decisiones las toman expertos no electos o entidades corporativas pone en entredicho la esencia misma de la democracia representativa. De ser cierta, las elecciones se convertirían en meras formalidades, no en expresiones de la voluntad pública, sino en validaciones de opciones preseleccionadas por las élites tecnocráticas.
Esta tecnocracia en expansión, en la que las empresas tecnológicas y los organismos no electos tienen potencialmente más influencia sobre la vida cotidiana que los funcionarios electos, pinta un panorama de un nuevo orden mundial. Es un mundo en el que la eficiencia y el avance tecnológico pueden darse a costa de la privacidad, la libertad y la participación democrática.
La pregunta crítica entonces es: ¿estamos dispuestos, como sociedad, a cambiar el desorden de la democracia por la eficiencia simplificada, aunque potencialmente desalmada, de la tecnocracia? ¿O podemos encontrar un equilibrio en el que la tecnología sirva a la humanidad sin gobernarla, en el que la innovación prospere junto con la privacidad y los derechos individuales? Este debate no es sólo para los teóricos de la conspiración, sino para cualquiera que esté preocupado por la trayectoria futura de la gobernanza global.
Fuente: A Lily Bit
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domingo, 6 de octubre de 2024
El Triunfo de las Patrias Chicas
«El 98 fue una crisis panhispánica que afectó y afecta a las naciones que surgieron tras el estallido de la Monarquía hispánica, a un lado y otro del Atlántico»
Homenaje a Manuel Baldomero Ugarte
La expresión Patria Grande para referirse a la gran nación que debió surgir en la América hispana, pero no lo hizo, comenzó ser utilizada por el rioplatense José Gervasio Artigas (1764-1850). En Uruguay se le rinde homenaje como héroe nacional, a pesar de que él nunca consideró la banda oriental como un país independiente. Recordemos que el nombre completo del nuevo país surgido del proyecto fallido de las provincias unidas era Estado Oriental del Uruguay. Sin embargo, quien realmente popularizó el sintagma Patria Grande fue el argentino Manuel Baldomero Ugarte (1875-1951) con un libro que se llama así, La patria grande. Socialista, poeta modernista y diplomático, Ugarte es uno de los intelectuales hispanoamericanos que reacciona vigorosamente ante la guerra entre España y Estados Unidos y sus nada imprevisibles consecuencias para la América hispana o Latinoamérica, que también puede así nombrarse, buscando una vaguedad geográfica imposible o como Iberoamérica, aunque no se agota ahí el tremedal de nombres con que esta parte del mundo muestra su dolorida relación consigo misma. Lo trataremos en el segundo artículo.
Lo que llama la atención aquí, sin embargo, no es esta reacción tardía y ya inútil sino la miopía de una clase intelectual que no vio, medio siglo atrás, ante la inmensa derrota mexicana en 1848, lo que se venía encima como consecuencia del triunfo de las patrias chicas. El haber convertido la historia común en un revoltijo de piezas dispersas impide comprender que la derrota de España en 1898 es la consecuencia inmediata de la derrota mexicana en 1845. El triunfo de los AMLOs y Sheinbaum ha sido completo y perfecto, y así vamos, de derrota en derrota.
Hay que colocarse mentalmente en ese momento que aquí, en lo que queda de España, llamamos la crisis del 98, una crisis que relacionamos erróneamente con la Generación del 98, etiquetada con el mismo año y acontecimiento histórico, aunque aquella guerra no interesó ni poco ni mucho ni nada a estos autores. Es la puesta de largo del «tema de España», al menos oficialmente, pero como señala Pedro Pascual Martínez en un artículo magnífico que lleva por título La inexistente crisis institucional y finisecular del 98 en España, tras reunir cientos de fichas bibliográficas sobre publicaciones que trataban de aquella guerra, resulta que «ni una de ellas lleva la firma de los componentes de la Generación del 98». Dicho en otros términos, la secuencia «crisis del 98-Generación del 98-tema de España» es completamente equivocada y artificial. No obstante, así aparecía en los libros de texto del franquismo y luego en los tiempos optimistas de Mecano, que son los de mi mocedad, y me temo que sigue apareciendo.
Esta ceguera, este espíritu de campanario, este catetismo como política de Estado es alimentado por los sucesivos AMLOs que con distintos disfraces nos han gobernado con ínfulas de conductores de pueblos, de Castro a Pinochet. Ahora ocupa el puesto Sheinbaum. Estos salvapatrias son el resultado de haber intentado remendar un Estado con graves defectos de construcción con caudillos libertadores y redentoristas. Allí y aquí. En España también los hemos tenido y los tenemos, porque nunca ha pasado nada allí que no pase aquí y viceversa. Lo grave en México ahora mismo no es la última ocurrencia de esta señora sino la erosión que sus instituciones democráticas están sufriendo, como lo están haciendo las nuestras, en un juego de espejos que quizás solo el realismo mágico pueda explicar.
Desde el primer momento, ante el fracaso colosal que supusieron los procesos de independencia, hubo que transformar en santos libertadores a quienes provocaron no solamente la balcanización de la América hispana sino su endeudamiento a perpetuidad. Nadie piense que aquí se está afirmando que el problema surgió de haberse independizado los americanos y que si no lo hubieran hecho todo hubiera sido vivir en Jauja. No, esto no es tan sencillo. Los americanos hicieron muy requetebién en independizarse porque lo que había en España iba mucho más allá del delirio, por usar las palabras de Granés.
Aquí hubo un rey que vendió sus reinos europeos y americanos por 500 millones de reales a un invasor extranjero y que luego fue repuesto en el trono tras la derrota del enemigo en una guerra tan inconcebible y desigual que tuvo que inventar las guerrillas, a falta de clase dirigente que asumiera sus funciones. Porque Fernando VII no estaba solo en el mundo sino rodeado de muchos que no eran precisamente los más pobres del país. Los ingleses fueron a la guerra contra el francés tras sus élites que mandaban y dirigían la lucha; los españoles, no. Luego hubo que tragarse a Fernando VII, que ya es tragar, y a una clase dirigente que primero se puso al servicio de los franceses y después regresó para ocupar los mismos puestos destacados que habían tenido, posición desde la que destrozaron un proyecto constitucional tras otros con la ayuda de los franceses y encima se dedicaron a convertir el afrancesamiento en marchamo de modernidad. Hay todavía algún indocumentado que repite este mantra, como si no hubieran existido los Cien Mil Hijos de San Luis. Por lo tanto, el delirio estaba aquí y sigue estando. Si los españoles hubieran podido en aquel tiempo independizarse de sí mismos lo hubieran hecho. Como ahora.
El asunto no es que los americanos se independizaran sino que se balcanizaron y todavía hoy no saben el motivo. Ya se encargan los Sheinbaum de turno de distraer a la parroquia para que no se pregunten por las causas profundas que llevaron a esta anomalía. Porque es una anomalía y como tal la han visto desde Ugarte a Rubén Darío pasando por Trotsky, a pesar de que la tendencia centrífuga ha permanecido invencible durante dos siglos. Este es el toro que hay que lidiar. A ver si se puede con gobernantes a lo AMLO al frente de país más grande que habla español.
Para tapar la corrupción delirante, la incapacidad política y otros adornos que podrían mentarse hubo que transformar la leyenda negra en política de Estado de las nuevas repúblicas, pues solo así pudo su clase dirigente ocultar su ineficacia y vamos a usar solo la palabra ineficacia por benevolencia. AMLO lo ha hecho a manos llenas en México, hasta niveles delirantes. Todos los territorios americanos se separan de sus matrices europeas y todos permanecen unidos. Y no solo permanecen unidos sino que aumentan su extensión: Brasil, Estados Unidos y Canadá. Sólo los que habían sido parte de la Monarquía hispana se fragmentan y de qué modo. Y no solo se fragmentan sino que pierden miles de kilómetros cuadrados. El caso más escandaloso es el de México (¿casualidad?), que se deja más de la mitad del territorio en el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. También es notable el crecimiento de Brasil a expensas de sus vecinos.
¿De quién liberan los libertadores? ¿Y a quién someten? ¿El culto oculta algo?
Hasta que no esté en los libros de texto y se enseñe a la población alfabetizada cómo se pasa de una unidad territorial preexistente y el superávit a la balcanización extrema (dos decenas de repúblicas) y el endeudamiento perpetuo, todos los teóricos de la Patria Grande trabajan en el vacío y por mucho idealista voluntarioso que surja desde la Tierra de Fuego al Río Grande, no hay nada que hacer. O se levantan las alfombras y se abren las habitaciones cerradas a cal y canto, aquí y allí, o no hay más futuro que el tercermundismo, la debilidad política, la insignificancia internacional y al cantonalismo delirante. Ustedes mismos.
Fuente: The Objetive
Autor: Elvira Roca Barea
La expresión Patria Grande para referirse a la gran nación que debió surgir en la América hispana, pero no lo hizo, comenzó ser utilizada por el rioplatense José Gervasio Artigas (1764-1850). En Uruguay se le rinde homenaje como héroe nacional, a pesar de que él nunca consideró la banda oriental como un país independiente. Recordemos que el nombre completo del nuevo país surgido del proyecto fallido de las provincias unidas era Estado Oriental del Uruguay. Sin embargo, quien realmente popularizó el sintagma Patria Grande fue el argentino Manuel Baldomero Ugarte (1875-1951) con un libro que se llama así, La patria grande. Socialista, poeta modernista y diplomático, Ugarte es uno de los intelectuales hispanoamericanos que reacciona vigorosamente ante la guerra entre España y Estados Unidos y sus nada imprevisibles consecuencias para la América hispana o Latinoamérica, que también puede así nombrarse, buscando una vaguedad geográfica imposible o como Iberoamérica, aunque no se agota ahí el tremedal de nombres con que esta parte del mundo muestra su dolorida relación consigo misma. Lo trataremos en el segundo artículo.
Lo que llama la atención aquí, sin embargo, no es esta reacción tardía y ya inútil sino la miopía de una clase intelectual que no vio, medio siglo atrás, ante la inmensa derrota mexicana en 1848, lo que se venía encima como consecuencia del triunfo de las patrias chicas. El haber convertido la historia común en un revoltijo de piezas dispersas impide comprender que la derrota de España en 1898 es la consecuencia inmediata de la derrota mexicana en 1845. El triunfo de los AMLOs y Sheinbaum ha sido completo y perfecto, y así vamos, de derrota en derrota.
Hay que colocarse mentalmente en ese momento que aquí, en lo que queda de España, llamamos la crisis del 98, una crisis que relacionamos erróneamente con la Generación del 98, etiquetada con el mismo año y acontecimiento histórico, aunque aquella guerra no interesó ni poco ni mucho ni nada a estos autores. Es la puesta de largo del «tema de España», al menos oficialmente, pero como señala Pedro Pascual Martínez en un artículo magnífico que lleva por título La inexistente crisis institucional y finisecular del 98 en España, tras reunir cientos de fichas bibliográficas sobre publicaciones que trataban de aquella guerra, resulta que «ni una de ellas lleva la firma de los componentes de la Generación del 98». Dicho en otros términos, la secuencia «crisis del 98-Generación del 98-tema de España» es completamente equivocada y artificial. No obstante, así aparecía en los libros de texto del franquismo y luego en los tiempos optimistas de Mecano, que son los de mi mocedad, y me temo que sigue apareciendo.
Esta ceguera, este espíritu de campanario, este catetismo como política de Estado es alimentado por los sucesivos AMLOs que con distintos disfraces nos han gobernado con ínfulas de conductores de pueblos, de Castro a Pinochet. Ahora ocupa el puesto Sheinbaum. Estos salvapatrias son el resultado de haber intentado remendar un Estado con graves defectos de construcción con caudillos libertadores y redentoristas. Allí y aquí. En España también los hemos tenido y los tenemos, porque nunca ha pasado nada allí que no pase aquí y viceversa. Lo grave en México ahora mismo no es la última ocurrencia de esta señora sino la erosión que sus instituciones democráticas están sufriendo, como lo están haciendo las nuestras, en un juego de espejos que quizás solo el realismo mágico pueda explicar.
Desde el primer momento, ante el fracaso colosal que supusieron los procesos de independencia, hubo que transformar en santos libertadores a quienes provocaron no solamente la balcanización de la América hispana sino su endeudamiento a perpetuidad. Nadie piense que aquí se está afirmando que el problema surgió de haberse independizado los americanos y que si no lo hubieran hecho todo hubiera sido vivir en Jauja. No, esto no es tan sencillo. Los americanos hicieron muy requetebién en independizarse porque lo que había en España iba mucho más allá del delirio, por usar las palabras de Granés.
Aquí hubo un rey que vendió sus reinos europeos y americanos por 500 millones de reales a un invasor extranjero y que luego fue repuesto en el trono tras la derrota del enemigo en una guerra tan inconcebible y desigual que tuvo que inventar las guerrillas, a falta de clase dirigente que asumiera sus funciones. Porque Fernando VII no estaba solo en el mundo sino rodeado de muchos que no eran precisamente los más pobres del país. Los ingleses fueron a la guerra contra el francés tras sus élites que mandaban y dirigían la lucha; los españoles, no. Luego hubo que tragarse a Fernando VII, que ya es tragar, y a una clase dirigente que primero se puso al servicio de los franceses y después regresó para ocupar los mismos puestos destacados que habían tenido, posición desde la que destrozaron un proyecto constitucional tras otros con la ayuda de los franceses y encima se dedicaron a convertir el afrancesamiento en marchamo de modernidad. Hay todavía algún indocumentado que repite este mantra, como si no hubieran existido los Cien Mil Hijos de San Luis. Por lo tanto, el delirio estaba aquí y sigue estando. Si los españoles hubieran podido en aquel tiempo independizarse de sí mismos lo hubieran hecho. Como ahora.
El asunto no es que los americanos se independizaran sino que se balcanizaron y todavía hoy no saben el motivo. Ya se encargan los Sheinbaum de turno de distraer a la parroquia para que no se pregunten por las causas profundas que llevaron a esta anomalía. Porque es una anomalía y como tal la han visto desde Ugarte a Rubén Darío pasando por Trotsky, a pesar de que la tendencia centrífuga ha permanecido invencible durante dos siglos. Este es el toro que hay que lidiar. A ver si se puede con gobernantes a lo AMLO al frente de país más grande que habla español.
Para tapar la corrupción delirante, la incapacidad política y otros adornos que podrían mentarse hubo que transformar la leyenda negra en política de Estado de las nuevas repúblicas, pues solo así pudo su clase dirigente ocultar su ineficacia y vamos a usar solo la palabra ineficacia por benevolencia. AMLO lo ha hecho a manos llenas en México, hasta niveles delirantes. Todos los territorios americanos se separan de sus matrices europeas y todos permanecen unidos. Y no solo permanecen unidos sino que aumentan su extensión: Brasil, Estados Unidos y Canadá. Sólo los que habían sido parte de la Monarquía hispana se fragmentan y de qué modo. Y no solo se fragmentan sino que pierden miles de kilómetros cuadrados. El caso más escandaloso es el de México (¿casualidad?), que se deja más de la mitad del territorio en el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. También es notable el crecimiento de Brasil a expensas de sus vecinos.
¿De quién liberan los libertadores? ¿Y a quién someten? ¿El culto oculta algo?
Hasta que no esté en los libros de texto y se enseñe a la población alfabetizada cómo se pasa de una unidad territorial preexistente y el superávit a la balcanización extrema (dos decenas de repúblicas) y el endeudamiento perpetuo, todos los teóricos de la Patria Grande trabajan en el vacío y por mucho idealista voluntarioso que surja desde la Tierra de Fuego al Río Grande, no hay nada que hacer. O se levantan las alfombras y se abren las habitaciones cerradas a cal y canto, aquí y allí, o no hay más futuro que el tercermundismo, la debilidad política, la insignificancia internacional y al cantonalismo delirante. Ustedes mismos.
Fuente: The Objetive
Autor: Elvira Roca Barea
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