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sábado, 9 de marzo de 2024

La Identidad Hispana y sus Enemigos

Un proyecto de semejante envergadura, dispuesto a reformular el orden mundial, naturalmente contará con múltiples y variados enemigos. Piñar supo identificar los principales. En primer lugar, dedicó varias conferencias y escritos a la disyuntiva que suponía para España escoger entre Europa e Hispanoamérica. Consideraba que la misión que le correspondía a nuestro país era ejercer de puente entre ambas, teniendo siempre clara su lealtad última más allá de la geografía, pues «no es una nación como el resto de las naciones europeas. Plantados en el continente, nuestras ramas se extienden por Europa, pero la vocación de trasplante nos sitúa en Hispanoamérica».


Respecto al término mismo para definir tal comunidad, Piñar usaba ocasionalmente el de Iberoamérica, pues entendía que Portugal y Brasil también debían formar parte de esta unidad, aunque mostraba preferencia por Hispanoamérica (a menudo añadiendo también Filipinas). Lo que nunca toleró en su presencia fue el de Latinoamérica, que atribuía a una «actitud de desidia aculturizante», y se aprestaba a corregir amablemente a todo aquel que lo usara, como en cierta ocasión cuando estaba comiendo con el compositor argentino José Rodríguez Fauré y al oírselo le reprendió con afecto «América Latina no, porque al principio os decían latinos para despreciaros y después, cuando han visto que los pueblos de la estirpe hispana surgen a la vida con nervio político y son, más que promesa, pujante realidad, os llaman la América Latina para robar a España, otros pueblos que nada hicieron por América, lo que allí España vertió sin reservas, a raudales, con generoso corazón». Parece ser que el compositor se comprometió ante él a no volver a usar ese término.

En esa línea semántica y simbólica también consideraba que la Hispanidad requería una bandera, una festividad y un himno. La primera ya existe bajo el nombre de Bandera de la Raza: en 1932 ganó un concurso continental organizado por la poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou y su fondo blanco simboliza la paz, las 3 cruces son los barcos de Colón, mientras que el sol es un símbolo que alude a la cultura inca. La festividad, el 12 de octubre, ha logrado una mayor repercusión como sabemos y respecto al himno pendiente, el propio Piñar se atrevió a sugerir dos estrofas:

¡Arriba los pueblos hispánicos del mundo!
Por la Fe, por la Patria y el Pan
Luchemos unidos dispuestos
A morir o triunfar, a morir o triunfar
¡Arriba los pueblos hispánicos del mundo!
La consigna de hoy: unidad
Las banderas en alto enlazadas
Por la Fe, por la Patria y el Pan


En relación a la literatura, empedernido lector de vastas referencias, no tenía dudas de que el poeta de la Hispanidad no podía ser otro que aquel cuyos versos iniciaban este artículo, Rubén Darío: «porque amó, como si fueran propios, a cada uno de los pueblos hispánicos, porque abominó y fustigó las luchas internas y fratricidas, porque dio y repitió su grito de alertad frente a la intervención y al aumento del poder económico y político de los Estados Unidos y porque invitó con sus versos mágicos a la fe y la esperanza en los valores de la estirpe».

Si nos vamos a otras cuestiones culturales, Piñar mostraba con frecuencia preocupación por la pujanza del inglés a costa del español y el ya por entonces excesivo uso de anglicismos (si hoy levantara la cabeza...), siendo particularmente sangrante a sus ojos el proceso de ingeniería social llevado en Filipinas para erradicar el español una vez pasó a ser colonia estadounidense. También en aquel país tuvo lugar una imposición del protestantismo, elemento vital para nuestro protagonista —recordemos que «la cruz y la bandera» moldeaban su ideario— pues descatolizar Hispanoamérica era anular su identidad misma, y esa amenaza provenía, en su opinión, tanto del protestantismo como de la teología de la liberación. También consideraba hostil el indigenismo, por su velado interés en erradicar la huella española y frente a cuya narrativa de agravios históricos enarbolaba «ese monumento de las Leyes de Indias».

La educación fue un ámbito al que Blas Piñar, con buen criterio, otorgó un valor crucial. De entre el gran número de actividades culturales, académicas, diplomáticas y económicas que desplegó el Instituto de Cultura Hispánica quizá la de mayor impacto fue el intercambio de profesores entre países y la concesión de becas a estudiantes americanos para acceder a la universidad en España (¿Por qué no retomarla hoy día?), siendo el Colegio Mayor Guadalupe epicentro e institución por la que desarrolló un particular cariño. Este Erasmus hispano, a su entender, forjaría recuerdos, amistades y una comprensión mutua que a medio y largo plazo serían los cimientos sobre los que construir cualquier cooperación internacional posterior.

Hemos hablado de cultura y educación, pasemos a la economía, donde nuestro autor tenía también algo que decir. Entendía que las independencias americanas rompieron el sistema de intercambio existente hasta entonces y ese vacío fue inmediatamente ocupado por otras potencias, de tal manera que el colonialismo del que buscaban huir se perpetuaba bajo otra máscara, cayendo así en: «una red fortísima de intereses financieros y comerciales que, enredándoles en su madeja, los ha convertido en servidores de una economía extraña». Frente a todo ello, Piñar defendía la industrialización de las economías iberoamericanas, un mercado común de todas estas y una diversificación productiva que dejara atrás el monocultivo y la dependencia de un solo cliente como era el gigante norteamericano, que termina imponiendo las condiciones. Alertaba, además, de que un legítimo anhelo de independencia frente a ese neocolonialismo podía llevar a algunos países a que, por alejarse de Estados Unidos, acaban cayendo en la órbita soviética y, en sentido contrario, denunciaba que en ocasiones bajo la coartada de la lucha contra el comunismo lo que hacía Estados Unidos era favorecer sus propios intereses en la región.

Todas estas observaciones críticas las realizaba en un momento en el que el régimen franquista había logrado salir de su aislamiento internacional mediante su alianza con la superpotencia norteamericana en el contexto de la Guerra Fría, así que nuestro protagonista estaba bailando en un campo minado. Era perfectamente consciente de ello, pues era el coraje y la convicción en sus ideas lo que le movía, no la inconsciencia, así que el escándalo que provocó su artículo titulado Hipócritas, en ABC el 19 de enero de 1962 (léanlo aquí, que no tiene desperdicio), no le pilló por sorpresa. Sus duros ataques a Estados Unidos en ese texto terminaron provocando su dimisión, entre grandes muestras de apoyo personales tanto dentro como fuera de España (el General Perón se posicionó en su favor, entre otros) y una campaña de difamación en prensa que incluyó alusiones a una supuesta relación de Piñar con Ava Gardner.

De esa forma tan abrupta abandonó el cargo de director del Instituto de Cultura Hispánica, tras cinco años de incesante actividad creando un movimiento cultural y político en defensa de la Hispanidad admirable en muchos aspectos y que merece la pena tomar como ejemplo, al margen de que en otros aspectos se pueda discrepar del ideario político de Blas Piñar. La institución, por cierto, terminado el franquismo pasó a llamarse primero Instituto de Cooperación Iberoamericana y ya desde 1988 se disuelve en la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, abandonando así cualquier alusión a lo hispano. En aquella disyuntiva mencionada entre Hispanoamérica y Europa ahora tocaba virar hacia la segunda...


Autor: Javier Bilbao Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

Fuente: Ideas

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