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domingo, 9 de noviembre de 2025
El Instante de Vida
Lo que nos importa ante todo es ser auténticos: cuando uno es auténtico, al menos se tiene una oportunidad no de poseer la Verdad, sino de estar en la Verdad.
Poseemos una sola cosa, una cosa que no es nada: el instante. El instante de vida verdadera como en este momento. De esto tenemos tanta certeza como la tenemos de que nuestra muerte sucederá un día. Junto a la certeza de la muerte, hay en nosotros la certeza de ser maestros del instante de vida.
Instante no es sinónimo de presente: el presente no es más que otro eslabón en el orden cronológico; el instante, por su parte, constituye un momento destacado en el desarrollo de nuestra existencia, una ola que sube por encima de los remolinos del tiempo. De manera fulgurante, en el seno de nuestra consciencia, el instante cristaliza nuestras vivencias del pasado y nuestros sueños del futuro en una isla surgida del mar anónimo, una isla súbitamente iluminada por un intenso haz de luz. El instante es una instancia del ser donde nuestra incesante búsqueda encuentra súbitamente un eco, donde todo parece darse de golpe, de una vez por todas. «Supongamos que dijéramos “sí” a un solo y único momento; habríamos dicho “sí” no solamente a nosotros mismos, sino a todo lo que existe. Ya que no hay nada aislado, ni en nosotros ni en las cosas, y si la alegría ha hecho resonar, aunque sólo fuera una vez, nuestra alma, todas las eternidades eran necesarias para crear las condiciones de aquel momento único, y toda la eternidad ha sido aprobada, justificada en este instante único en que hemos dicho “sí”». Sentimos, confusa pero profundamente convencidos, que el instante tal y como lo acabamos de evocar entronca, con su sabor de plenitud, con lo que debe de ser la eternidad.
Nadie es capaz de imaginar cómo es la eternidad. No obstante, muy tímidamente, quizá si que podemos decir lo que no es. Al tratarse de una eternidad de vida, lo es todo excepto una interminable y monótona repetición de lo mismo. Debe de ser una formidable sucesión de momentos prominentes animados por constantes impulsos hacia la vida. En una palabra, está hecha también de instantes únicos. En este caso, los instantes únicos tal y como podemos conocerlos en esta vida, constituyen una duración que tiene ya gusto de eternidad.
la eternidad se encuentra en el instante, se vive en el instante, instante de reencuentro donde el impulso hacia la vida y la promesa de esta coinciden.
«Pero ¿qué es el impulso hacia la vida? Y, sobre todo, a partir de qué podría nacer en nosotros?», se preguntan tantas personas perdidas, descorazonadas, que ya no saben dónde encontrar la fuerza de este impulso. No hay una respuesta satisfactoria a esta pregunta, pero a pesar de todo me atrevería a responder: a partir de nada. esta «nada» que no debe, en cualquier caso, confundirse con la Nada; al contener la promesa del Todo, la Nada designa el No-Ser, no siendo el No-Ser nada más que aquello por medio de lo cual el Ser acontece. La noción de No-Ser es necesaria, ya que sólo a partir de ella podemos concebir el Ser realmente.
Para describir el estado original del Tao, Lao Zi emplea los términos Xu, el «Vacío», o Wu, la «Nada». Este último puede traducirse más correctamente por «No hay» o «No es». Zhuang Zi (siglo IV a. C.), el gran pensador taoísta, se acoge a esta visión y dice: «Lo que engendra todas las cosas no puede ser una cosa», «El Wu está más allá de los seres, invisible y sin forma». Tanto el Xu como el Wu tienen un aspecto dinámico, en la medida en que están unidos a la noción del Qi, el «Soplo».
Poseemos una sola cosa, una cosa que no es nada: el instante. El instante de vida verdadera como en este momento. De esto tenemos tanta certeza como la tenemos de que nuestra muerte sucederá un día. Junto a la certeza de la muerte, hay en nosotros la certeza de ser maestros del instante de vida.
Instante no es sinónimo de presente: el presente no es más que otro eslabón en el orden cronológico; el instante, por su parte, constituye un momento destacado en el desarrollo de nuestra existencia, una ola que sube por encima de los remolinos del tiempo. De manera fulgurante, en el seno de nuestra consciencia, el instante cristaliza nuestras vivencias del pasado y nuestros sueños del futuro en una isla surgida del mar anónimo, una isla súbitamente iluminada por un intenso haz de luz. El instante es una instancia del ser donde nuestra incesante búsqueda encuentra súbitamente un eco, donde todo parece darse de golpe, de una vez por todas. «Supongamos que dijéramos “sí” a un solo y único momento; habríamos dicho “sí” no solamente a nosotros mismos, sino a todo lo que existe. Ya que no hay nada aislado, ni en nosotros ni en las cosas, y si la alegría ha hecho resonar, aunque sólo fuera una vez, nuestra alma, todas las eternidades eran necesarias para crear las condiciones de aquel momento único, y toda la eternidad ha sido aprobada, justificada en este instante único en que hemos dicho “sí”». Sentimos, confusa pero profundamente convencidos, que el instante tal y como lo acabamos de evocar entronca, con su sabor de plenitud, con lo que debe de ser la eternidad.
Nadie es capaz de imaginar cómo es la eternidad. No obstante, muy tímidamente, quizá si que podemos decir lo que no es. Al tratarse de una eternidad de vida, lo es todo excepto una interminable y monótona repetición de lo mismo. Debe de ser una formidable sucesión de momentos prominentes animados por constantes impulsos hacia la vida. En una palabra, está hecha también de instantes únicos. En este caso, los instantes únicos tal y como podemos conocerlos en esta vida, constituyen una duración que tiene ya gusto de eternidad.
la eternidad se encuentra en el instante, se vive en el instante, instante de reencuentro donde el impulso hacia la vida y la promesa de esta coinciden.
«Pero ¿qué es el impulso hacia la vida? Y, sobre todo, a partir de qué podría nacer en nosotros?», se preguntan tantas personas perdidas, descorazonadas, que ya no saben dónde encontrar la fuerza de este impulso. No hay una respuesta satisfactoria a esta pregunta, pero a pesar de todo me atrevería a responder: a partir de nada. esta «nada» que no debe, en cualquier caso, confundirse con la Nada; al contener la promesa del Todo, la Nada designa el No-Ser, no siendo el No-Ser nada más que aquello por medio de lo cual el Ser acontece. La noción de No-Ser es necesaria, ya que sólo a partir de ella podemos concebir el Ser realmente.
Para describir el estado original del Tao, Lao Zi emplea los términos Xu, el «Vacío», o Wu, la «Nada». Este último puede traducirse más correctamente por «No hay» o «No es». Zhuang Zi (siglo IV a. C.), el gran pensador taoísta, se acoge a esta visión y dice: «Lo que engendra todas las cosas no puede ser una cosa», «El Wu está más allá de los seres, invisible y sin forma». Tanto el Xu como el Wu tienen un aspecto dinámico, en la medida en que están unidos a la noción del Qi, el «Soplo».
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