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para el remedio de síntomas como la depresión, el estrés, la ansiedad.
Dolores musculares y óseos. Problemas respiratorios y alergias.
domingo, 17 de febrero de 2013
La Muerte de los Inocentes
Nacimos de un golpe de sol,
el golpe de una guadaña contra el viento,
el golpe de un cuerno contra la piedra.
Arrojamos la placenta a los perros
y el alma dentro de una pileta de penumbras.
Como las mujeres pobres, bordamos
nuestros labios en la trama del silencio.
Impuros fuimos a la oración de la tarde
en el jardín de flores y las memorias de la infancia.
La arena es nuestro alimento y el forraje del caballo.
Trepamos la arena entre jadeos y destrozados, volvimos.
No había pruebas de nuestros nombres
salvo un alfabeto que no aparece en el diccionario,
no hubo rastros de nuestros antepasados
excepto el silencio de los perros en la puerta.
Nos rebajamos hasta el cordón de los zapatos
y nos atamos al pelo de nuestras pestañas
y a las colas de los cometas.
Nos arrastramos como perros ante la puerta
agachados sin alegría ante la flor
y la flor es el sacrificio sangriento del mediodía.
Esparcieron nuestra harina por todas partes
y la desesperación fue como hierro en los dedos.
Concédenos respiro para que podamos reconocer nuestra sombra
y nuestros cascos puedan crecer.
Una campana gigante pende sobre nuestra cabeza,
una campanada persistente nos hace perder la senda,
rezamos en silencio en el gran repique sobre los labios de los muertos.
Tómanos de la mano y por la cintura sostennos por el pecho:
el polvo y el fuego nos son familiares.
Nuestro dedo, húmedo para conocer de dónde viene el viento
está herido por preguntas sin fin.
Hicimos juegos tontos con nuestros nombres
y confundimos desnudez con los botones de la camisa.
Empujamos las plegarias como cerdos por delante de nosotros.
Atamos los burros a los tobillos de los chicos
y el otoño al verano para calmar los escalofríos.
Nos llaman de detrás de nuestras habitaciones
con una voz escandalosa que nos avergüence estar desnudos;
nos llaman con una voz que separa la madera del bambú
Lleven nuestra oración así podremos rezar más allá de los límites del deber y nuestras almas permanecerán firmes en nuestros cuerpos.
El almuerzo es amargo
la cena, seca como piedra,
y el silencio fluye como la menstruación entre nuestras piernas.
Oramos para aplastar los cálculos renales
y para romper el pan de nuestra cena.
No habrá inmunidad para el canto rodado
o la rosa todos yacen bajo el rango del trueno.
Nacimos en las dobleces del labio
y de la pestaña nacimos del golpe del cuerno contra la piedra.
el golpe de una guadaña contra el viento,
el golpe de un cuerno contra la piedra.
Arrojamos la placenta a los perros
y el alma dentro de una pileta de penumbras.
Como las mujeres pobres, bordamos
nuestros labios en la trama del silencio.
Impuros fuimos a la oración de la tarde
en el jardín de flores y las memorias de la infancia.
La arena es nuestro alimento y el forraje del caballo.
Trepamos la arena entre jadeos y destrozados, volvimos.
No había pruebas de nuestros nombres
salvo un alfabeto que no aparece en el diccionario,
no hubo rastros de nuestros antepasados
excepto el silencio de los perros en la puerta.
Nos rebajamos hasta el cordón de los zapatos
y nos atamos al pelo de nuestras pestañas
y a las colas de los cometas.
Nos arrastramos como perros ante la puerta
agachados sin alegría ante la flor
y la flor es el sacrificio sangriento del mediodía.
Esparcieron nuestra harina por todas partes
y la desesperación fue como hierro en los dedos.
Concédenos respiro para que podamos reconocer nuestra sombra
y nuestros cascos puedan crecer.
Una campana gigante pende sobre nuestra cabeza,
una campanada persistente nos hace perder la senda,
rezamos en silencio en el gran repique sobre los labios de los muertos.
Tómanos de la mano y por la cintura sostennos por el pecho:
el polvo y el fuego nos son familiares.
Nuestro dedo, húmedo para conocer de dónde viene el viento
está herido por preguntas sin fin.
Hicimos juegos tontos con nuestros nombres
y confundimos desnudez con los botones de la camisa.
Empujamos las plegarias como cerdos por delante de nosotros.
Atamos los burros a los tobillos de los chicos
y el otoño al verano para calmar los escalofríos.
Nos llaman de detrás de nuestras habitaciones
con una voz escandalosa que nos avergüence estar desnudos;
nos llaman con una voz que separa la madera del bambú
Lleven nuestra oración así podremos rezar más allá de los límites del deber y nuestras almas permanecerán firmes en nuestros cuerpos.
El almuerzo es amargo
la cena, seca como piedra,
y el silencio fluye como la menstruación entre nuestras piernas.
Oramos para aplastar los cálculos renales
y para romper el pan de nuestra cena.
No habrá inmunidad para el canto rodado
o la rosa todos yacen bajo el rango del trueno.
Nacimos en las dobleces del labio
y de la pestaña nacimos del golpe del cuerno contra la piedra.
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